miércoles, 22 de junio de 2011

Crónica a las madres sin mercadería


Tú me enseñaste,

A compartir el pan,

A compartir los sueños

A no matar las mariposas

A no cortar las rosas que en tu jardín cultivabas

(Fragmento de madre, déjame luchar, Ali Primera)

Pertenezco a esas migraciones internas que nuestro país vivió, como producto del abandono del campo, porque sencillamente no daba para comer. Nací en una hacienda cafetalera, ya en quiebra para esa fecha, llamada San Rafael de Topeyes, en Siquisique, estado Lara. De ella solo recuerdo, cuando volví a los diez años de edad, por allá por 1963, divisándola desde una loma hacia abajo (claro está): un viejo caserón en ruinas, y nosotros, mi primo Alirio y yo, al lado del horno de barro, donde se hacían los panes, de los cuales no recuerdo su sabor. Se me quedó en la mente, y a 48 años de distancia no se me ha borrado. Más nunca he vuelto y supongo que ya ni la casa existe.

También recuerdo el viaje camino de mi caserío natal hasta el Zulia, un viaje que me parecía interminable, pues venía en el regazo de mi madre, en un autobús de la época, de esos, que traían puercos y gallinas (ni tanto, jejeje), pero cuando miraba hacia arriba esos cerros pelados de las extintas curvas de San Pablo, eran tan parecidos que me parecía que estaba pasando siempre por el mismo lugar, y le pregunté a mi mamá: ¿Por qué estamos dando vueltas? ¿por qué no avanzamos?, ella me dijo: No estamos dando vueltas, ya vamos a llegar. Creo que llegamos en la noche, aun caserío de la zona rural de la Costa Oriental del Lago de Maracaibo, llamado Los Guaudales, y si me preguntan ahorita, la verdad es que no se donde queda. Llegamos ahí porque mi tío Zenón, se había venido antes con su familia. El grupo familiar nuestro estaba compuesto por mi mamá Carmen, obviamente, papá, Tía Reina (aunque se llamaba Isabel Rafaela), Mi abuela Sixta (Mimama), Héctor, Douglas (con seis meses de edad) y claro, está, yo.

No se cuantos meses estuvimos allí.

Pero en una de las idas de mi padre Silvestre Querales, al centro de Cabimas se encontró a nuestro primo Hermes Querales, se saludaron, y luego de ponerse al día, Hermes le preguntó: y dónde piensan vivir, papá, creo que le dijo, quisiéremos vivir en Cabimas, pues hay mayor oportunidad de empleo. Estábamos en 1958. Hermes le dijo: yo tengo un sobrino, Efraín, soltero todavía que está haciendo su casa allá en La Misión, pues se piensa casar en uno o dos años. Puedo hablar con él para que te la alquile. Y en efecto, se conocieron y nos mudamos a La Misión, hasta el día de hoy.

Cosas que recuerdo al llegar a Los Guaudales: 1) ese insoportable calor (Topeyes era un páramo) las noches eran horrendas, tan pobres que no teníamos abanico. Es más, creo que esa casa no tenía ni electricidad; 2) no aguantaba caminar en plano, (allá todo eran laderas, bajas y subidas); 3) El sarpullido que se nos pegó a los muchachos, y nos provocaba una piquiña en todo el cuerpo y 4) murió un bebé, (no se quien era, ni de quien) pero me tocó ver como lo metían a una cajita blanca (urnita), y cómo alguien clavaba la caja para sellarla. Yo pensaba: ¿esos clavos no le harán daño al bebé?.

La Misión era un caserío marginal, y la calle (callejón Los Hornos) donde nos mudamos, se llamaba así, porque allí estaban los hornos para fabricar el carbón que usaban para cocinar los moradores, quienes lo compraban a los carboneros (así los llamaban). Siempre teníamos los pies negros. No había agua potable. Y el agua para beber y cocinar la buscaban mi tía Reina y mamá en la playa. (las aguas del lago todavía eran potables). Allá también lavaban. Yo me asombraba como mamá y Tía Reina, cargaban, las ollas de agua sobre sus cabezas, pues se colocaban un trapo bien acomodado de tal manera que no se cayeran la olla, en ambas manos traían la ropa, y otra olla de agua. Menos mal que la playa quedaba a menos de 200 metros de la casa. Las calles, no eran callen y tenían los surcos que dejaba el agua de lluvia. Afortunadamente La Misión es un barrio alto, y nunca ha habido peligro de inundación. Y lo digo, porque en esos años escuché decir, que se había inundado Tierra Negra, y a la gente la reubicaron en una zona llamada Nueva Cabimas.

Otro recuerdo inolvidable, o mejor dicho tres:

Uno: Una vez llegaron los zagaletones del barrio, persiguiendo un perro, que supuestamente tenía mal de rabia, frente a mi casa, lo mataron a pedradas, y no se me olvida como el perro, intentaba defenderse ante esa jauría humana. Dejaron un guiñapo de huesos, carne y sangre, cubierto de piedras.

Dos: una de las jornadas de vacunación. Todos los niños del barrio tratamos de escondernos para no ser vacunados. Pero, vano intento, todos fuimos capturados y puestos a la orden de las enfermeras y enfermeros. La que ponían en la espalda provocaba, un ardor que todavía a tantos años de distancia me parece insoportable. Pero sobrevivimos. Jejeje.

Tres: Al lado en lo que hoy, es el restaurant la Grotta (para quienes conocen Cabimas) llegó un circo. Fui con mis padres. Obviamente disfruté con asombro la función. Y lo mejor: al otro día conocí, de civil, al payaso llamado “Chiruca”. Y me asombraba que no fuera cómico al hablar, sino que era común u corriente. Fue el primer artista al que llegué a ver de cerquita.

Luego, mi papá al conseguir trabajo en el matadero municipal, que quedaba en lo que hoy es el horrendo retén de Cabimas, logró comprarle al señor “Mayía”, Cruz Romero, una casita, media agua, en la cual todavía habitamos. De eso hace ya cincuenta años. De vivir en esta calle con nombre poético: Nuevo Mundo, la cual solo hemos dejado por breves períodos de nuestra vida. Aquí seguimos con el proyecto Misión 89.5 FM, al lado de un colectivo que quiere una mejor Cabimas. Haciendo nuestro humilde aporte.

Pero volviendo un poco atrás, a la casa de Efraín Querales. También recuerdo que desde la ventana de mi casa se veía la calle Nuevo Mundo, y que una mañana pasó una caravana con muchos vehículos, llenos de alegría, y pregunté a mi abuela: ¿por qué pasan tantos carros? Me dijo: porque celebran que hace un año cayó el tirano (Pérez Jiménez). Era el 23 de enero de 1959.

En esos momentos existía el llamado espíritu del 23 de enero, que ya había sido traicionado, pues (transcribo): “El 31 de octubre de 1958, en la residencia del Dr. Rafael Caldera, de nombre «Punto Fijo», se celebró el llamado «Pacto de Punto Fijo», mediante el cual los partidos Acción Democrática, Copei y URD se comprometían a darle un elevado tono al debate electoral y a respetar y hacer respetar el resultado de las elecciones.”. Con esto dejaban por fuera al Partido Comunista de Venezuela (PCV), y marcaban el carácter anticomunista del período que se iniciaba para Venezuela, durante 40 años, y que como todos sabemos defraudó la esperanza de un pueblo.

Mi familia era adeca.

Obviamente, uno seguía a su familia. Y pensaba como adeco. Y lo enseñaron a odiar al “Che Guevara”, a Fidel Castro, a los rusos, a los alemanes (los de Hitler). Todo esto nos duró hasta 1972 en donde abrimos los ojos, al entrar a la Universidad, allá en Barquisimeto. El mundo no era como lo pintaban los adecos, los copeyanos y los gringos. Y abrazamos la causa de la revolución.

Hoy seguimos creyendo en los cambios para nuestro país, los cuales se están dando. No al ritmo y calidad deseados. Pero, avanzamos con la vista al futuro.

Durante todo este tránsito mi mamá Carmen Cordero, me ha acompañado. Vaya este pequeño homenaje a través de la palabra.

Y también a todas las madres del mundo.

Aunque para el capitalismo este sea un día para hacer mucho billete.

Solo tengo un eso y un abrazo para ella. Feliz día y larga viva, mamá.

Pedro Querales C.

C. I. 3.638.188

Presidente Fundación Comunitaria La Misión

pedroqueral@hotmail.com